Sacar a pasear a un perro puede parecer algo simple: colocar la correa, salir de casa y recorrer calles o parques. Pero detrás de un buen paseo hay algo mucho más profundo: una oportunidad para fortalecer el vínculo con nuestro perro, enseñarle a gestionar sus emociones y asegurarnos de que nos sigue a nosotros, no a sus impulsos.
El perro no solo necesita ejercicio; necesita dirección. Y esa dirección viene de su guía: el humano. No se trata de ser autoritario, sino de ser claro, coherente y estructurado. Un perro que sabe qué esperar de su líder está más tranquilo, más enfocado y disfruta mucho más del paseo.
Uno de los principios clave para lograr esto es el Principio de Premack, que, explicado en palabras simples, significa que si el perro quiere algo, primero debe hacer lo que tú le pides. Si tira de la correa para llegar a un árbol, no se le permite avanzar. En cambio, si camina de manera correcta y atento a su guía, entonces puede acercarse y olfatear. Es una forma de enseñarle autocontrol, premi es el adecuado.
Ahora bien, hay dos aspectos fundamentales que pueden parecer opuestos, pero en realidad trabajan juntos para crear un paseo equilibrado: la coherencia y la variabilidad.
La coherencia es la base de la educación de un perro. Se trata de establecer reglas claras y consistentes para que el perro entienda qué se espera de él en cada paseo. No podemos permitirle hacer algo un día y corregirlo al siguiente sin motivo. Por ejemplo, si queremos que camine sin tirar de la correa, esa regla debe aplicarse siempre, sin excepciones. La coherencia genera seguridad y confianza en el perro, porque sabe que su guía es predecible y justo.
Sin embargo, dentro de esa coherencia, también es importante introducir variabilidad. Un paseo demasiado rutinario puede volverse monótono y poco estimulante para el perro. Esto no significa que las reglas cambien sin sentido, sino que la actividad principal del paseo puede variar: algunos días el enfoque puede estar en exploración, otros en socialización, otros en obediencia, y algunos simplemente en relajarse. También es útil cambiar rutas, permitirle descubrir nuevos olores y explorar terrenos distintos. De este modo, el perro mantiene su interés en el paseo y refuerza su capacidad de adaptación.
El olfato juega un papel crucial en la relajación. A menudo pensamos que la única forma de cansar a un perro es correr y jugar sin parar, pero el olfateo es una de las actividades más demandantes para su cerebro. No es lo mismo activar físicamente a un perro que calmarlo mentalmente. Un paseo bien equilibrado incluye momentos de exploración, donde el perro puede oler su entorno sin prisas, ayudándolo a gestionar sus emociones.
Y finalmente, después de todo el recorrido, es necesario terminar con calma. No se trata simplemente de llegar a casa y entrar directo con energía acumulada, sino de buscar un espacio tranquilo, sentarse y dejar que el perro se relaje. No hay que pedirle que se acueste o que se siente, solo dejar que él mismo lo haga mientras observa el entorno y baja sus revoluciones. Luego de unos minutos de pausa, regresamos a casa con un perro mucho más equilibrado.
Pasear no es solo caminar con un perro. Es guiarlo, enseñarle, reforzar su confianza y permitirle experimentar el mundo de una forma estructurada. Un buen líder no impone, sino que dirige con seguridad, claridad y afecto. Y cuando logramos este equilibrio, el paseo deja de ser una rutina y se convierte en una verdadera experiencia compartida.