Desde el nacimiento, he tenido la oportunidad de acompañar a Kora en cada etapa de su desarrollo. No como espectador, sino como responsable de crear un entorno que le permita aprender lo que necesita para convertirse en una perra estable, segura y funcional. Estas primeras seis semanas no son para enseñar comandos ni imponer rutinas humanas. Son para observar, facilitar y corregir lo que sea necesario, sin interferir en lo que la naturaleza ya sabe hacer.
Kora nació en un espacio diseñado para eso: contacto directo con su madre, acceso constante al agua, una zona específica para hacer sus necesidades y un área de descanso segura. Nada está puesto al azar. Desde el primer día, el entorno ha sido parte del proceso educativo. No hay premios ni castigos, hay consecuencias naturales: si hacen sus necesidades donde corresponde, pueden explorar la casa; si no, se quedan en su espacio. Así aprenden a regularse sin que yo tenga que intervenir directamente.
Durante las primeras tres semanas, la madre fue el centro de todo: alimento, limpieza, corrección, contención. A partir de la cuarta semana, empezó a retirarse. Ya no los alimenta todo el día, solo en momentos puntuales. En paralelo, introduje papilla y luego perrarina. La transición fue fluida, sin ansiedad ni rechazo. Eso me confirmó que el ritmo era el correcto. No forcé el destete, lo acompañé.
La exploración del hogar también ha sido progresiva. No tienen acceso libre. Solo salen cuando han cumplido con lo básico: hacer sus necesidades en el sitio indicado. Eso les da estructura sin necesidad de órdenes. El espacio les enseña. Y cuando exploran, lo hacen con curiosidad, no con ansiedad. Observan, huelen, prueban, y vuelven a su zona cuando lo necesitan.
Un elemento que no esperaba, pero que ha sido clave, es el rol de uno de mis gatos. Desde la segunda semana, empezó a dormir con ellos. Desde la cuarta, los vigila. Y ahora, en la sexta, los corrige. Si juegan brusco, si se alteran, si lo molestan, él interviene. No los agrede, los regula. Su presencia ha sido una figura de autoridad alternativa, interespecífica, que les enseña límites sin violencia. Esto no lo diseñé, pero lo integré. Y funciona.
Hoy, en la sexta semana, puedo decir que Kora y sus hermanos ya tienen aprendizajes reales: hacen sus necesidades donde corresponde, regulan su excitación durante el juego, aceptan correcciones sin retraerse, y exploran el entorno con seguridad. No están listos para el mundo, pero tienen una base emocional y social mucho más sólida que la que tuvo Kaira en su momento. Y eso es resultado de haber corregido lo que antes hice mal.
Este artículo no busca mostrar un método perfecto. Busca documentar lo que pasa cuando se cría con intención. Cuando se entiende que el entorno educa, que la madre sabe más que nosotros, y que nuestra tarea no es controlar, sino facilitar. Cada semana ha sido una oportunidad para ajustar, aprender y mejorar. Y eso es lo que quiero compartir: no solo lo que Kora aprende, sino lo que yo estoy aprendiendo con ella.



